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Hace poco conversaba con un maestro que pasó por una situación difícil de salud y que, al afrontarla, le permitió sentir algo… que se le estaba acabando la vida y necesitaba estar más presente. Escuchaba atentamente a Dani cuando me contaba que le tocó hacerle un duelo a los sueños: “los sueños son sueños, no son realidades que existan”. Me decía que los humanos por genética somos soñadores y además me regaló esto: “solamente sueñan los que están dormidos y para despertar se necesita cambiar la morfología del sueño y más bien volverlo un anhelo. El anhelo viene del corazón, el sueño viene de la mente”.

Aunque en alguna otra ocasión escuché algo parecido, esta vez me impactó de una manera distinta. Sus palabras resonaron con un sentido de certeza peculiar y empecé a cuestionar mi relación con los aclamados “sueños” y lo mucho que socialmente hablamos de soñar, olvidándonos por momentos del presente. Pensé en las invitaciones a “soñar juntos”, como pareja o como equipo. Pensé en las especies de mapas pegados tras algunas puertas. Pensé sobre cómo responder las preguntas acerca de una proyección a X años en procesos de selección. Y seguí por un rato en mi mente, pensando.

En medio de ese proceso cognitivo, mi curiosidad me hizo buscar la definición de esas palabras, sueño y anhelo, para contrastarlas. Con respecto a la primera, sería aburrido poner las 7 definiciones, pero predominaban: “dormir”, “fantasía”, “carencia de realidad o fundamento”, “esperanza sin probabilidad de realizarse”. Ahora la segunda tal cual aparece en su definición: “deseo vehemente”. Encontré, en esa síntesis simple y poderosa, otra confirmación de lo que me decía Dani, tenía razón. Pero aún no acaba el cuento.

Casualidad o no, unos días después, visité a alguien que sufre una enfermedad terminal. Allí había un hombre que, coincidentemente, era maestro. “En la vida se sueña y con el arte se despierta”, me dijo Hugo. Fue inevitable conectar ambas reflexiones y nuevamente me puse a pensar en lo difícil, si acaso es posible, de disfrutar el arte sin estar presentes, pues en mayor medida, lo disfrutamos con el corazón. Pensaba en cuando veo a una compañera de la oficina disfrutar de su canción favorita, en cuando veo una pareja bailando, en cuando disfruto de un libro o cuando con los Cultnessios pintamos un plato de cerámica. En esas ocasiones estábamos presentes, el arte conectaba a nuestro corazón y nos regalaba disfrute, presencia. Hugo también tenía razón.

No tengo nada en contra de los soñadores pues soy uno de ellos y mi naturaleza optimista e idealista me lleva a viajar constantemente al futuro y construir sueños que realmente están en mi mente y muchas veces, de forma efímera pero efectiva, se desvanecen. Recuerdo ver a LeBron James y otros deportistas que han logrado cosas increíbles, afirmar que los sueños sí se cumplen. Entonces, ¿cómo hacer para cambiar los sueños por anhelos y vivir el presente? No tengo la respuesta a esta pregunta. Lo que sí sé es que dos maestros me enseñaron a través de su experiencia, su sabiduría y sus palabras, algo que se me dificulta frecuentemente. Ni aplicaciones de mindfulness, ni audios de meditación, ni la tortuga sabia aleccionando a Kung Fu Panda, ni inciensos prendidos y ojos cerrados me han dado esa claridad para estar presente y más conectado a mi corazón y a mis anhelos ¡gracias maestros!

Nicolás González Restrepo

Titán del Relacionamiento

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