Hace poco conversaba con alguien acerca de lo que estábamos haciendo: conversar. Nos parecía curioso que hubiese un consenso generalizado sobre algunas restricciones acerca de ciertas cuestiones. Temas que comúnmente permanecen excluidos de la conversación, al menos si lo que queremos es dialogar sin que se nos salga de las manos, como dicen por ahí. Sexo, política y religión parecen ser el estándar establecido de prohibición, aunque a veces el fútbol o algo relacionado al deporte, entra en ese paquete de temas censurados.
Es interesante este veto puesto que de una u otra forma lo sexual, político y religioso están presentes en nuestras vidas inclusive mucho más de lo que creemos. Ciertamente estos temas pueden ser controversiales, seguramente están plagados de posiciones diversas e indudablemente despiertan pasiones asociadas a nuestra identidad y forma de ser/estar en el mundo. En este punto, quiero que hagamos un ejercicio mental. Más allá de tus posiciones o de que te atrevas a tocar estos asuntos, imagina por un momento que sacas/eliminas/dejas de lado todo lo que tenga que ver con esto en tu experiencia de vida: no hay sexo, ni política ni nada religioso. ¿Cuesta imaginarlo no? Pareciera que esto atraviesa nuestras vidas, entonces ¿qué tanta vida estamos limitando al eliminar estas experiencias de nuestras conversaciones? No poder hablar de estos temas es como no poder hablar de la vida ¿no?
Estas reflexiones me hicieron recordar un video de una autora chilena dedicada a la divulgación científica al que llegué por “casualidad”. Guadalupe Nogués nos hace cuestionamientos y da luces sobre “cómo hablar con los que piensan distinto”[1]. Nuestro anhelo de pertenecer y la forma en que nuestras posiciones se van incrustando en nuestra identidad nos llevan a una especie de tribalismo, donde se forma una batalla “nosotros vs. ellos”, se arraigan las opiniones y se ausenta el diálogo, precisamente por ese ambiente de agresión latente. Con razón nos da hasta pereza hablar de eso.
A lo mejor no es que “no se puede” hablar de estos temas… es que no sabemos cómo. Dice Guadalupe: “quizás tengamos más en común con quienes piensan distinto pero quieren conversar, que con los que comparten con nosotros alguna opinión pero son intolerantes”. Dentro de sus recomendaciones para poder “dar vueltas juntos” (conversar), nos invita a visibilizar el disenso, buscar el pluralismo, escuchar opiniones que no nos gustan, separar las ideas de las personas y encontrar mejores maneras de estar en desacuerdo. Aunque sus ejemplos hacen referencia a otros temas, acoger estas sugerencias nos permitiría hablar de la vida, o específicamente del sexo, de la política y de la religión.
A simple vista puede parecer que esto se aleja del mundo laboral, pero en realidad tiene mucho que ver. En medio de la diversidad humana que compone las organizaciones y de los contextos inciertos y situaciones complejas, lo más común es que haya desacuerdo. En las empresas hablamos mucho de respeto, en otras palabras, con verdaderamente escuchar al otro. Más allá de estar todos de acuerdo, tramitar el conflicto y la diferencia es apremiante dentro de las compañías. La constante invitación a innovar y ser creativos encuentra también varias respuestas en la diversidad de pensamiento, ver las cosas desde una mirada distinta y definitivamente desde el cambio de opinión. La promoción de un liderazgo inspirador y persuasivo encuentra un soporte en desarrollar una mirada más incluyente y desde una mejor articulación de nuestras posiciones.
Si para muchos los puntos de llegada son aprender a liderar de forma consciente, diseñar hábitos saludables, tener un equilibrio vida-trabajo, ser más productivos y eficientes, ¿no será más certero empezar por aprender a conversar con quienes piensan diferente? Podría ser que tener esa capacidad de comprender la pluralidad de nuestra realidad nos hará más humanos, más conscientes.
Nicolás González Restrepo
Titán del Relacionamiento