Cuando las organizaciones atraviesan crisis, problemas financieros o incertidumbre, parece que lo descartable es precisamente lo que permite a las empresas mantenerse a flote: las personas.
Es evidente que en los últimos años la dinámica laboral ha cambiado; la pandemia llegó para mostrarnos nuevas formas de vivir, conectar y trabajar. Sin embargo, el tema económico sigue siendo un desafío para muchas empresas, ante el cual optan por despedir personal o reducir significativamente el presupuesto destinado al bienestar laboral. A diario en internet y en redes sociales, podemos ver noticias de despidos masivos en empresas tan grandes como Amazon o Tesla. Al hablar con amigos y preguntarles por su trabajo, la respuesta mayoritaria es: «ahí vamos» o «la situación está muy dura». Todo esto lleva a los empleados a vivir en una constante zozobra, sin saber quién será el siguiente en ser despedido, e incluso viendo cómo el trabajo de esos compañeros despedidos es distribuido entre otros, resultando en más trabajo por el mismo salario.
En este panorama, normalmente en las empresas existe un departamento que termina cargando con la responsabilidad de quienes se van y la tarea de asegurar que quienes permanecen estén bien: el área de recursos humanos. Estos profesionales terminan «trabajando con las uñas» para asegurar condiciones dignas y saludables para los empleados, manteniendo a flote el negocio. Pareciera que, en momentos de crisis, lo primero en lo que se decide ahorrar es precisamente en el bienestar de las personas. Entonces, se reduce el presupuesto destinado a implementar programas efectivos de reclutamiento, formación y desarrollo profesional, llevándolos al mínimo e incluso cancelándolos por completo.
Reconociendo que al final del día, las empresas son sus personas, dejar de lado el bienestar de los empleados parece poco lógico e incoherente si se busca el éxito. La falta de políticas sólidas de bienestar y un ambiente de trabajo saludable resulta en empleados con estrés crónico, agotamiento y falta de motivación, afectando no solo su desempeño laboral sino también su satisfacción personal y su lealtad hacia la empresa. Esto, a su vez, se traduce en mayores costos por ausentismo y alta rotación.
No se trata necesariamente de gastar millones en programas de bienestar (aunque sería ideal si fuera posible), sino de priorizar sin perder de vista que los colaboradores son tan indispensables como cualquier otro recurso dentro de una empresa. Se trata de cambiar la mentalidad de que todo lo relacionado con los empleados es un gasto y reconocer la inversión que representa formar a las personas y retener el talento.
Esto no es más que una constante invitación a buscar el cómo y encontrar las herramientas para implementar planes de bienestar, dando reconocimiento a la importancia de cada ser humano que contribuye día a día en una organización.
Diana Velilla
Titan del arte.