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«Lo único constante y permanente es el cambio». Ustedes y yo hemos escuchado esa frase 73,848 veces en la vida (quizás estoy exagerando el número, pero la hemos escuchado bastante), y la escuchamos aun con el hecho de que está claro, desde muchas teorías, que los seres humanos somos de costumbres, entonces, lo natural ante el cambio es no más ni menos que resistirnos.

Según la psicología, la realidad es que para nuestro cerebro funciona el «es mejor malo conocido que bueno por conocer». Por eso, a veces vemos personas en condiciones que nos parecen terribles y ahí se quedan, porque eso es lo que conocen, lo «normal» (que no siempre es sano), y como eso es lo que he vivido y experimentado, y mal que bien, en eso me sé mover, ¿para qué me pongo a buscar otros males? Sobre todo, porque abrirse al cambio parece en ocasiones un salto de fe, y en estos tiempos confiar, incluso en nosotros mismos, sí que cuesta.

Pero sí, el cambio llega, dentro y fuera del trabajo, en procesos, en compañeros, amigos, jefes, metas y salarios. Supongo que la pregunta que la mayoría tenemos es: ¿y entonces qué hago?, estoy aquí para decir, sin temor a equivocarme, que la respuesta es, «depende» y sé que no es el paso a paso que todos andábamos esperando (pero sí existen, más adelante hablamos de un paso a paso que es chévere), sin embargo, verdaderamente depende del contexto, del momento, de mis recursos individuales para vivirlo y, en las empresas, de si benefician al colectivo o a alguien en específico.

En este momento, piensa en un cambio que haya llegado a tu vida sin que lo tuvieras en el radar (Fritz Perls diría que eso es imposible porque «nuestro organismo todo lo sabe», pero sea capaz de escucharlo bien pues y le creo 😅). En ese cambio que llegó sin aviso y revolcó todo, intenta recordar qué sentiste, qué hiciste… Seguramente quejarte y hacer lo que tocaba, ese es el caso de la mayoría, sobre todo en el trabajo. Y ahora, recuerda ese cambio que llegó después de pedalearle, después de hacer movimientos y preparar cosas para que sucediera. Aquí pensé en cosas tan grandes y bonitas como la llegada de un hijo (que sí cambia la vida) y cosas como cambiar el aire acondicionado de la oficina o lanzar el aplicativo para tener actualizada la información de las personas (que son cosas que también cambian la vida). Intenta hacer lo mismo: recuerda qué pensaste, qué hiciste… Seguro que mucho cambia, pero el temor, el miedo a lo nuevo, estuvo presente en ambos momentos.

Es inevitable vivir cambios, es inevitable sentir miedo, y es absolutamente nuestra decisión qué hacemos con eso. En realidad, si algo cambia, incluso si ese cambio es en nuestro interior, no importa cuánto le huyamos o hagamos tiempo, el cambio y los pendientes siempre están justo donde los dejamos antes de intentar ignorarlos. Lo más sano sería entonces sentir, sentir lo que ese cambio me traiga, nombrarlo, y con nombrarlo me refiero a expresar cómo nos sentimos y escucharnos, porque de ahí saldrán las ideas de qué hacer. De escucharnos saldrán los pensamientos tímidos con la idea de que quizás sí funcione o pueda ser mejor la vida con esta nueva forma.

Les confieso que mientras escribo esto no dejo de pensar que van a leer y decir «todo tan enredado», y sí, ¿qué más les puedo decir? La vida se enreda, y somos muy buenos navegando esos enredos y haciendo caminos en ellos; está en nuestra naturaleza y es un hermoso poder humano.

Y aunque ya dije un poco lo que considero funciona y es saludable ante un cambio, sea abrupto o no, también hay otras teorías que tienen unos pasos a pasos increíbles y que guían de forma más clara, estas teorías o modelos están pensados en abordar el cambio desde antes de que pase, sin embargo, considero que sus pasos son funcionales, incluso si ya está el lío. En Cultness tenemos un taller de gestión del cambio, con ejercicios chéveres y toda la cosa. La teoría que nos acompaña está basada en el modelo ADKAR de Prosci; cada letra significa algo que deberíamos hacer para que el cambio funcione y se incorpore a nuestras vidas. Y, si bien no voy a explicar cada letra, sí quiero dar algunas reflexiones sobre ese paso a paso que nos muestran.

Del ADKAR yo me quedo con:

  1. No importa qué tan necesario sea el cambio; no importa si el otro aprende a pararse en los pelos para intentar convencerme de cambiar. Si yo, desde mi individualidad, no veo la importancia de ese cambio, nada va a pasar. Es decir, el cambio depende de mí (ya sé que aquí van a empezar: «pero es que fulanito no ayuda y para eso tiene que ayudar este y aquel», y vean, si TODOS pensáramos, “el cambio depende de mí”, nadie va a estar diciendo que este y aquel no ayuda o no hace).
  2. El cambio necesariamente debe traernos beneficios, y en las empresas necesitamos entender esto para que las personas quieran cambiar. Si el cambio no beneficia de una forma u otra al integrante, sus procesos, salario o su forma de hacer las cosas, no va a funcionar; será momentáneo y seguramente no cumplirá con su objetivo (este punto me parece complejo, pero es la verdad. Si no hay un beneficio, honestamente, ¿quién va a querer hacer algo diferente? Pregúntate si tú quisieras).
  3. Insistir, persistir y nunca desistir. Mentiras, a veces hay que saber soltar, pero aquí me refiero a que con los cambios es importante darles su tiempo, intentar e intentar para interiorizar y que se vuelvan habituales en nuestro cerebro (y aquí vuelve uno y empieza a padecer otro bendito cambio, y así sucesivamente, jaja).

Ya sé que no expliqué cada letra de la teoría, pero ahí se las dejo por si quieren buscar en internet o llamar a Cultness para un taller bien bueno de eso.

Quisiera terminar este escrito compartiendo que, definitivamente, y como dije al comienzo, aunque nos resistamos, el cambio está presente, es constante y, sobre todo, una posibilidad para movernos, aprender, explorar, equivocarnos y volver a comenzar. Cambiar no significa olvidar.

“La vida cambia y sigue, claro que sigue, pero ya no sigue igual”.

Diana Velilla

Titan del arte.

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